Recientemente, el Director General de Memoria y Convivencia, Martín Zabalza, escribía un artículo en este medio bajo el título “Resignificación. Nadie tiene el derecho a obedecer.” En el mismo cuenta hace referencia a un caso de cómo es posible resignificar, sin desmantelar, un edificio de la época fascista italiana.
Sin embargo, a mi juicio, el artículo cuela otras reflexiones más que discutibles, y no tiene en cuenta otras fundamentales.
En ese sentido el autor escribe “en lugar de aceptar, sin rechistar, una nueva ola iconoclasta y localista (por cierto, minoritaria social y políticamente en Navarra), las transformaciones inteligentes pueden decir verdades sin destruir las pruebas auténticas de la historia”.
He aquí parte de la “madre del cordero”. A mi juicio Zabalza da por supuesto una postura mayoritaria socialmente, sin que se haya consultado a la ciudadanía de Pamplona ni de Navarra de forma expresa, lo que resulta una visión limitada de la democracia. Sabido es que sobre esta cuestión ya se han posicionado públicamente voces de prácticamente todas las fuerzas políticas con opiniones diversas dentro de las mismas formaciones. Cuando una cuestión es especialmente controvertida, someterla a consulta directa o referéndum de la ciudadanía, es sin duda lo más democrático si queremos realmente medir la opinión de la sociedad.
Pero es que, además, califica la postura a favor del desmantelamiento de los caídos de “iconoclasta y localista”. Esto último, suena cuando menos poco respetuoso (si se asocia “localista” con falto de una mirada más amplia o universalista), y lo que es peor, contradictorio con la ley Foral de memoria histórica y a la praxis del propio departamento. ¿Es “iconoclasta y localista, como se ha hecho en Navarra, y en España, cambiar calles de insignes franquistas, retirar medallas y reconocimientos al dictador, o desmantelar esculturas de Franco u otros golpistas, por poner algunos ejemplos? Sin ir más lejos la propia Consejera informaba hace escasos días que ya han sido retirados 435 elementos de simbología franquista gracias en gran parte, por cierto, a la ley foral de memoria histórica que me tocó presentar y defender en el Parlamento de Navarra en nombre de mi grupo político. ¿Por qué retiramos unos símbolos y otros no? ¿Por qué lo uno es iconoclasta y localista y lo otro no?
Las políticas de memoria democrática bien enfocadas, procuran siempre dejar muestras del horror de las dictaduras o de los actos de grupos violentos, para dar a conocer lo que no hay que volver a repetir y deslegitimar la violencia y las vulneraciones de derechos humanos (hay ejemplos muy conocidos de campos de concentración nazis o nuestro particular campo, el Fuerte de San Cristóbal), pero procuran retirar, cuando menos del espacio público, los elementos justificadores, legitimadores o apologetas de dichas dictaduras u otro tipo de violencias o ideologías del odio.
Volviendo a la pregunta anterior. ¿Por qué unos si y otros no?
Es cierto que podemos también acercarnos al Monumento a los caídos, desde una visión utilitarista, a la par que social y urbanística, y concluir que es mejor resignificar porque el edificio tiene un valor a conservar, sea por el uso público, la calidad artística, etc.
Sin embargo, creo que difícilmente se puede justificar por ahí. En 40 años de democracia, nunca se ha conseguido darle un uso continuado para ningún fin. Si acaso, para que ultras sigan haciendo apología del franquismo.
Por si fuera poco, es un edificio que prácticamente nadie visita, no aparece en ninguna guía turística de la ciudad, ni es posible darle un uso público, a un coste razonable. Sin embargo, dadas sus dimensiones y nulo uso, es más que posible que con el paso del tiempo se requieran importantes inversiones para mantener un edificio al que no hemos sido capaces, ningún equipo de gobierno de la ciudad en todo el periodo democrático, de darle un uso público de valor. De hecho, frente a quien hace una defensa utilitaria de que “es una lástima desmantelar un edifico de esas dimensiones por el coste”, creo que no está teniendo en cuenta que, a la largo plazo, el coste de mantenimiento y rehabilitación será mucho mayor por el simple paso de los años.
Por si fuera poco, existe, ahí sí, un consenso total en el arco político municipal, de que es necesario una seria transformación urbanística de la plaza de la libertad (por cierto, buena muestra de lo difícil que es cambiar la denominación habitual de un espacio público, si no se cambia el uso principal), por ser un espacio casi muerto (si exceptuamos la zona infantil), en un lugar emblemático del Ensanche y de la ciudad, que impide la adecuada fluidez con la zona sur de la ciudad.
Estamos pues ante un edificio inútil, sin uso en décadas, que hipoteca una plaza emblemática de la ciudad, caro, pues con el tiempo requerirá importantes inversiones para su mantenimiento, y que es una de los mayores monumentos en pie de apología de un franquismo que en Navarra, conviene siempre recordar, asesinó a más de 3.500 navarros y navarras inocentes.
Con todo ello, cabe devolver la pregunta al Sr. Zabalza utilizando sus mismas expresiones.
Siguiendo el ejemplo de lo que establecen tantas leyes de memoria democrática, además de la ley navarra, y siguiendo la ejemplar labor que está haciendo nuestra comunidad al respecto, siendo vanguardia de políticas de memoria es España, ¿no es el desmantelamiento o la “retirada” del Monumento a los Caídos de Pamplona, (en el que cabe albergar un espacio reservado a la memoria como plantea uno de los proyectos urbanísticos del concurso celebrado en su día) , la mejor manera de dar una nueva significación a un edificio-monumento que significa, conmemora, representa y enaltece unas conductas y acontecimientos (la violencia, el golpe de estado de 1936, la guerra civil y la posterior represión de la dictadura militar) propios del pasado y contrarios a los valores que garantizan la convivencia democrática?
Concluye el Sr. Zabalza, “es perentorio otorgar a la construcción un nuevo valor, distinto al original, y acorde con un presente histórico de respeto a la pluralidad ideológica, facilitadora de la práctica del diálogo y entendimiento entre ciudadanos y ciudadanas diferentes que desean vivir en paz en una sociedad basada en la justicia y en la libertad, con memoria, en un entorno urbano amable y con espacios compartidos (creados por instituciones democráticas, sólidas, estables y confiables para la ciudadanía), mediante amplios consensos políticos y sociales generadores de garantías de no repetición de vulneraciones de derechos humanos y de bienestar futuro para las nuevas generaciones”. Si ese es el objetivo, ¿no es más claro desmantelar el edificio y convertir ese espacio en un lugar de memoria, convivencia y disfrute de la ciudadanía, en una plaza emblemática para la ciudad de todos y todas? Resignificar un edificio de esas dimensiones y que ocupa un espacio fundamental de la ciudad, se me hace imposible. Creo que por muy “creativo” que se quiera ser, siempre va a ser una ofensa para las miles de víctimas a las que lleva décadas humillando.
Txema Mauleón
Concejal de Contigo-Zurekin en el Ayuntamiento de Pamplona.